Un Viaje entre Versos y Neuromarketing
Imagínate que estamos sentados en un banco, con una bolsa de pipas y el sonido de las cáscaras cayendo al suelo. Mientras rompemos pipas con los dientes, me viene a la cabeza algo que dijo una vez Toni Segarra, el crack de la publicidad: “La mejor publicidad se parece a la poesía”. Y cuanto más lo pienso, más sentido tiene. Porque, si te fijas, tanto los grandes versos como los buenos anuncios tienen algo en común: te atrapan sin que te des cuenta. Es esa magia que te envuelve, un juego entre el tono, el fondo y la forma que logra que te quedes ahí, hipnotizado.
Mientras seguimos pelando pipas, se me ocurre contarte cómo el marketing ha usado ese poder hipnótico de las palabras para colarse en nuestras mentes. Al final, las marcas, al igual que los poetas, buscan ese “algo” especial que nos toque la fibra. Y no es casualidad que incluso grandes nombres comerciales, como “Rastreator” o “Amena”, hayan nacido del talento de poetas.
Y aquí es donde la cosa se pone interesante, porque, aunque antes la creación de un buen texto publicitario era un arte casi místico, hoy tenemos una aliada poderosa: la neurociencia. Imagínate que ahora, con estudios científicos en la mano, podemos desmenuzar por qué ciertas palabras nos llegan al alma y otras simplemente pasan desapercibidas. ¡Es alucinante!
Te voy a contar un secreto: resulta que la rima, esa que tanto usábamos en el colegio para hacer poemas fáciles, no solo suena bonita, sino que hace que el cerebro procese la información de manera más fluida. Por eso, las rimas en los anuncios no son solo para que suene pegadizo, sino porque el cerebro las retiene mejor. ¿Te suena lo de “Let’s roam this place, familiar and vast” del anuncio de Johnnie Walker? Aparte de la belleza de las imágenes, esas rimas suaves nos ayudan a que el mensaje se quede grabado. ¡Es pura psicología!
Pero no solo es la rima, también está el ritmo. Como cuando estamos caminando a paso firme, el cerebro se siente más cómodo cuando el lenguaje tiene una cadencia regular. Y, si te fijas, muchos anuncios juegan con ese ritmo, haciéndolos más fáciles de recordar.
¿Sabías que Shakespeare usaba una estructura que imitaba los latidos del corazón? ¡Eso es ritmo puro! Esa repetición constante hace que el texto tenga una conexión casi física con nosotros. Y, claro, no es casualidad que los anuncios que más nos impactan estén cuidados hasta ese punto.
Ahora, entre pipita y pipita, hablemos de las metáforas. Esas pequeñas joyas que conectan lo abstracto con lo cotidiano. La ciencia ha demostrado que las metáforas activan diferentes áreas de nuestro cerebro porque nos hacen conectar experiencias previas con nuevas sensaciones. Por ejemplo, si te digo que alguien te «calienta la cabeza» cuando te enfadas, ¿verdad que lo entiendes al instante? Es porque todos hemos sentido cómo sube la temperatura corporal cuando estamos enfadados, y nuestro cerebro hace esa conexión rápida.
La magia de las metáforas, tanto en poesía como en marketing, es que no te dicen lo que debes sentir, sino que te llevan de la mano para que lo descubras por ti mismo. ¡Y ahí es donde está el truco! Nos sentimos más conectados con lo que nos sugieren, en lugar de lo que nos imponen.
El último ingrediente, y no menos importante, es el tono. Imagínate que estás hablando de amor, pero utilizas palabras frías y distantes. Por muy bonitas que sean las frases, no te van a llegar al corazón. El tono, esa manera en la que seleccionamos nuestras palabras, define el impacto emocional que tendrá el mensaje. En marketing, esto es crucial. Elegir bien las palabras puede marcar la diferencia entre un anuncio que nos hace sonreír y otro que nos deja indiferentes.
Así que, mientras seguimos charlando y comiendo pipas, me doy cuenta de que la poesía, en el fondo, es como el marketing: ambos juegan con las emociones, con los ritmos y las imágenes que nos evocan. Y aunque hoy en día la ciencia nos ayuda a entender mejor por qué ciertas palabras nos llegan al alma, la verdadera magia sigue siendo ese toque de artesanía, ese instinto que ni las máquinas ni los algoritmos podrán replicar.
¿Te apetece otra pipita?